Querido hermano o hermana en Cristo, hoy quiero compartirte parte de lo que pude vivir después de tomar la decisión de aceptar a Cristo en mi corazón. Un día, decidí seguir el camino de Dios, lo que me trajo sin duda muchos más beneficios de los que en un primer momento pude imaginar.
Te preguntarás ¿Cómo estoy tan seguro de esto? La respuesta es sencilla: porque hoy estoy vivo y en mi día a día voy creciendo y recibiendo señales de Dios y su palabra, la cual es la garantía de que él es fiel para cumplir todas sus promesas. Un ejemplo de esto es que hace poco experimenté una batalla de fe que terminó en victoria. ¿Cuál fue esa batalla? Obtener un trabajo de acuerdo a lo que yo le pedí a Dios.
En ese entonces, yo trabajaba en un almacén preparando pedidos para enviar a diferentes direcciones. El trabajo no me disgustaba y ganaba muy bien, pero el horario y el ambiente no eran de mi agrado y sentía cómo poco a poco iba desgastándome, por lo que tuve que tomar una decisión ante mi pronta renovación de contrato: quedarme ahí y soportar la situación o marcharme y buscar algo diferente.
Obviamente, tenía dudas y me venían preguntas como: ¿Y si no encuentro trabajo? ¿Y si llego a otro sitio peor y con menos ganancia? ¿Y si es un error? Ante estas dudas busqué una palabra, Isaías 14:24, y declaré y determiné lo que quería ver: trabajar en un horario acorde a lo que deseaba y con un excelente ambiente y, para todo esto, decidí solamente confiar en Dios y creerle con todas mis fuerzas.
Un día después de terminar de cumplir con mi contrato, tuve una entrevista en otra empresa y mis temores se hicieron presentes una vez más. En ese lugar me ofrecieron un peor horario haciendo lo mismo que hacía anteriormente, con un sueldo más bajo, además, no había incorporación inmediata, sino que tenía que esperar hasta que se desocupara una vacante después de una larga lista de espera.
Recuerdo que aquel día llegué a casa sintiendo que había cometido un error y mis emociones comenzaron a afectarme y hacerme olvidar lo que yo estaba creyendo, pero de repente me vino una palabra a la mente con la cual el Señor aumentó mi confianza, haciéndome una simple pregunta: “¿Por qué te afanas?” (Mateo 6:25-33). Medité un momento en esto y después de ese breve instante de incertidumbre volví a sentirme confiado y seguro y una vez más declaré lo que quería ver.
Pasaron dos semanas de esto, y me llegó la última paga de mi anterior trabajo, así que fui a diezmar con convicción de lo que estaba creyendo. A la mañana del día siguiente me llamaron de la empresa en la que tuve la entrevista de trabajo ofreciéndome todo lo que yo había declarado y con incorporación inmediata, y hoy estoy muy contento y creciendo en mi lugar de trabajo para la gloria de Dios.
Para terminar, solo espero que este testimonio sea de bendición para ti que lo lees y te ayude a estar firme en tus decisiones y confiar en que Dios quiere hacer cosas grandes contigo.
Me despido bendiciendo tu vida en el nombre de Jesús.

Yherson Dorado