Todo lo que hoy es grande, empezó por algo pequeño. Es una ley inquebrantable y que hay que respetar. El punto es que si no se sabe lo que se quiere o su tamaño, no se valorará el comienzo porque lo que hay no se reconoce ni se le apoya a crecer en un proceso que tiene que tener futuro.
Cuando empezamos, siempre tuvimos en cuenta dónde queríamos llegar. Hay congregaciones que no crecen ni en número ni en extensión y esto lo tiene que ver con el llamado, sino con fe. Aquí tenemos que ver la visión, creer en la Palabra y levantar los pensamientos, que con un espíritu próspero concebimos y damos a luz a muchos hijos de la promesa.
Hoy tenemos que honrar a hombres y mujeres que hace muchos años los acompañan en esa labor. Todos éramos jóvenes, algunos casi adolescentes y hoy los vemos con sus familias, con sus emprendimientos y sirviendo a Dios en lugares lejanos, con congregaciones llenas de hijos con potencial de padres.
Solo podemos hacer algo, primero, glorificar a Dios por su fidelidad y por su equipación espiritual que nos hace entender su amor y sabiduría. Segundo, seguir creciendo en fe y en pensamientos altos para seguir engendrando y dando a luz más hombres y mujeres para que esta obra nunca pare y sigamos edificando sobre el fundamento que es Cristo.
